19 de abril de 2017

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Estoy empapada de pies a cabeza.

Me pesa la ropa, el cuerpo, me pesa el alma.
Tengo las medias mojadas, y me es inevitable recordar cuanto odiabas que eso te pase.
Lo seguís haciendo, claro, pero ya no sé de eso, porque ahora también me odias a mi.

Voy por la tercera vuelta en este parque, sabés de cual hablo, cuando decido que ya no quiero moverme más.

Mi pies se estancan como anclas frente a ese árbol, sabés de cual te hablo, quizá no es el más lindo, pero su magia es innegable.

Lo contemplo, y después de un rato, el único sonido que puedo emitir es un sollozo, que se convierte en un grito ahogado, que termina convirtiéndose en ese llanto que conoces tan bien, el que me deja los ojos hinchados y la respiración entrecortada.
Pero no pasa nada, mis lágrimas se camuflan con el diluvio.

No hay nadie, no hay nada, solo somos yo, ese árbol y el agujero que tengo en el pecho.

Nuevamente, sé que sabes de lo que te hablo.
Hace tiempo ví rastros de un agujero así en la oscuridad de tus ojos.

El otoño, la estación de los nostálgicos, volvió cargado de recuerdos.

Basta con leer un par de versos, sentir un aroma, pasar por  una esquina, y ahí está.
En cada paso que doy, a donde sea que voy, la nostalgia me acecha como un fantasma.

Hay tantas cosas que quiero contarte
Pero ya no puedo alcanzarte
Me quedé de este lado del puente
Pero conmigo te llevo para siempre


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